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lunes, 10 de enero de 2011

Petita Palma al son de la marimba


Petita Palma es una de las más conocidas propulsoras de la marimba y la música esmeraldeñas. Su grupo Tierra Caliente ha tocado en varias ciudades de América, incluyendo Nueva York y Boston, donde viajaron invitados por la Universidad de Harvard.

Petita nació en Carondelet, pequeño caserío al norte de la provincia.

“Mi abuelo, Ascencio Palma, que se vino de Colombia, sabía hacer las mejores marimbas, aunque yo tengo un revuelto de sangres porque la mamá de mi papá era prima hermana del gobernador cayapa.

“En las fiestas de los santos, después de la ceremonia, mis padres y mis abuelos tocaban la marimba, el bombó, el cununo y el guasá. Yo aprendí de esa gran maestra que es la curiosidad, porque a los viejos no les gustaba que los muchachos estuviésemos en sus fiestas chihueleando.

“Chihuelear es jugar, cantar en las noches de luna, aunque también se puede chihuelear cuando muere un niño. Allí era cuando los jóvenes aprovechaban para enamorarse y tocarse las manos.

“Mi primer grupo artístico lo formé en 1946. A pesar de ser muy pobrecita, no quise que se haga negocio. Los sábados íbamos a Las Palmas con mis hijos y mi grupo a tocar para los turistas. No había carretera y a veces íbamos a pie hasta Súa. Queríamos que conozcan esta música, nuestros cantos, nuestra danza, nuestra poesía. Algunos me decían como insulto: Ahí va la negra marimbera. Para mí era un honor y les decía: Muchas gracias; no me disgustaba”.

Petita confiesa que la marimba no le da para vivir. Algunos empresarios no reconocen el valor de la música esmeraldeña, y creen que desperdician el dinero si contratan un grupo local. Pero ella insiste.
“Mi mayor orgullo es mi negritud. Vivo orgullosa defendiendo mi raza y mi color. A mis hijos los voy preparando con ese mismo orgullo”.

- ¿Cómo son los esmeraldeños, Petita?

Medita un momento antes de responder con una sonrisa picaresca:

“Una vez alguien me dijo: Oye Petita, me voy a Esmeraldas para conseguir una negra que me cure los riñones. Y yo pensé: Si nosotros somos de sangre ardiente, de esta tierra caliente, de fuego, de alegría, de amor, ¿cómo va una negra a curarle cuando lo que necesita es algo fresco? En lugar de curarlo, lo va a destrozar.
“Es mentira que a los negros no nos guste trabajar. Lo que pasa es que no se le da importancia a lo que el negro hace. Piensan que solo el cayapa sabe labrar una canoa. El cayapa la deja más pulida, pero cuando choca, esa canoa se parte. El negro la deja un poquito más rústica, pero esa canoa aguanta, como el negro aguanta todo lo que se le viene encima, cuando se echa encima unos cuantos racimos de plátano, cuando está en minga cortando madera, abriendo una trocha.

“Pero tenemos un defecto: Que entre negros no nos queremos, como dicen. No hay unión. Con mucha pena tengo que decir que somos muy individualistas. En la marimba, en cambio, los bailarines no pueden exhibirse solos. Si uno comete un error, todos quedan mal, y los demás deben cubrir para que el público crea que es parte de la coreografía”.

Don Jimmy narra que había un barco que llegaba a las islas cada ocho meses, llevando ciertos víveres como azúcar y arroz. Pero las langostas, el pescado, la carne de res o de chivo eran gratis porque en Galápagos se conseguían con gran facilidad.
Para un hombre que había vivido en tantos países del mundo, todo lo que ahora estaba experimentando constituía una novedad.

No fueron las sorpresas del paisaje, de la diversidad de los ecosistemas y la abundancia lo único que atrapó a don Jimmy en Galápagos. Hubo un elemento trascendental que terminó de moldear en él una filosofía de la vida: la gente.

Cuando se estableció en Santa Cruz había una sola calle en la que estaban la Capitanía del Puerto, la iglesia, la comisaría con el calabozo para uno que otro borrachito, y por la que pasaban no más de 20 habitantes. Desde el primer día de su llegada, un muchacho nacido en la isla lo saludó muy atentamente y estrechó su mano en señal de bienvenida. “Si me encontraba en la calle cinco veces al día, me plantaba y me decía buenas tardes don Jimmy y me daba la mano. En una ocasión, después de haberme saludado varias veces, me encontró otra vez, me saludó efusivamente y siguió de largo; de repente dio la vuelta y con una cara de vergüenza me dijo: don Jimmy disculpe, me olvidé de darle la mano”.
Esas cosas simples “que vienen de personas simples, no de ignorantes”, hicieron entender a don Jimmy que estaba en un sitio completamente diferente a todos los que conocía.

Nadie robaba nada. Si alguien olvidaba algo en el puerto y otro lo encontraba, lo devolvía o lo dejaba en un lugar visible para que el dueño lo recuperara.

Don Jimmy llegó solo, a pesar de estar casado con una norteamericana, de quien se divorció. Las cuatro veces más que contrajo matrimonio lo hizo en Santa Cruz, pero sus sucesivos enlaces siempre terminaron en divorcio.

A sus viejos años este hombre dice no saber lo que es el estrés, ni haber sufrido otras enfermedades propias del mundo moderno. Ese es uno de los mejores ejemplos de cómo la naturaleza influye positivamente sobre el ser humano y lo convierte en su más sumiso admirador.

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